La alteridad, la identidad, los prejuicios y la intolerancia

La percepción negativa del islam y los musulmanes sigue siendo causa de preocupación y ansiedad en Europa. No olvidemos que uno de los primeros ataques islamófobos cometidos en territorio europeo fue la masacre causada por Anders Breivik en Utoya y Oslo (2011), que se saldó con 77 víctimas mortales y más de un centenar de heridos. En su llamado “Manifiesto” (2083—A European Declaration of Independence), Breivik reivindicó la matanza de jóvenes socialistas como un esfuerzo para salvar a Europa del inexorable destino al que le llevaría la inmigración y la diversidad social.

 

La matanza en la isla de Utoya fue sistemática y cada víctima fue asesinada una por una, de forma premeditada. Breivik se describió a sí mismo como un Caballero Templario, inspirado en aquellos que protegían a los peregrinos y cruzados cristianos que se desplazaban a Tierra Santa. Según él mismo declara en su “Manifiesto”, “nuestro objetivo [de los nuevos Caballeros Templarios] era tomar el control político y militar de Europa Occidental e implementar una agenda política y cultural conservadora”. Fue un crimen de odio terrorista radicado en la teoría islamófoba de la “conquista demográfica” de Europa.

 

La islamofobia, entendido el fenómeno como rechazo al islam y los musulmanes (o aquellos que lo parezcan), es un fenómeno compuesto de varios vectores. Para entender la complejidad del mismo es necesario revisar cada uno de dichos vectores (sociales, políticos, económicos, culturales, etc.) y analizar cómo la combinación de los mismos lleva a una secuencia de reacciones, incluyendo el prejuicio, basado en la alteridad (“el otro es diferente”), el rechazo, la discriminación, la exclusión, etc, que puede culminar con la agresión y la erradicación. Este fenómeno y esta secuencia ya son conocidos para los estudiosos de fenómenos europeos como el holocausto del Reich contra judíos, romanís, homosexuales, disminuidos psíquicos y otros europeos, hombre, mujeres y niños, considerados “diferentes” o “inferiores”.

 

Las personas somos todas diferentes, aunque todas pertenecemos a la especie humana. Numerosos elementos nos diferencian: nuestro aspecto físico, edad, sexo, creencias, personalidad, habilidades, etc. El mundo es, por tanto, diverso. Estos rasgos diferenciadores nos hacen únicos como individuos. A priori, la diversidad podría considerarse como un fenómeno natural y deseable. Pero en el medio de las sociedades modernas, estas diferencias se relacionan con ideologías diferentes que se plasman en modos de vida diferentes. Elegir un modo de vida u otro tiene consecuencias sociales, que van más allá del individuo. Y es esta trascendencia social de la diversidad lo que se cuestiona cuando analizamos fenómenos como la islamofobia.

 

La islamofobia es una posición ideológica de las sociedades “occidentales”. Primero, establece una alteridad como posición: “nosotros” vs. “ellos”. En la categoría de “ellos” (es decir, diferentes de nosotros) se colocan las ideas de “islam” y “musulmanes”. A partir de esta polarización, a la alteridad se le suman el resto de vectores, construidos sobre imaginarios que no se ajustan a la realidad, sino que reviven los estereotipos y clichés que se han ido acuñando, a veces durante siglos, sobre “el otro”.

 

En el caso del islam y los musulmanes, del miedo se llega al odio y viceversa. Y el islam sigue siendo un desconocido (la civilización que ha producido algunos de nuestros más destacados científicos, sabios y polímatas, y que nos ha dejado nuestro más distintivo patrimonio material) se interpreta como una amenaza. Un pretendido opuesto que llega para desbaratar las conquistas de Occidente. La generalización convierte a todos los musulmanes en fanáticos, obviando que son las primeras víctimas del terrorismo internacional.

 

La alteridad y la visión supremacista llevan al prejuicio y la discriminación. Los musulmanes son “tolerados” (se les sigue considerando un elemento foráneo al que se consiente tener presencia en la sociedad española, siempre que no se signifiquen). En pocos casos son respetados como ciudadanos de pleno derecho que son. Siempre se les cuestiona su origen o su pertenencia. Son acusados de “ser diferentes” y de “no integrarse” (entiéndase que se perpetúa la confusión entre “integración” y “asimilación” socio-cultural).

 

 

Extraído del Informe Anual sobre la Islamofobia en España 2017 (PCCI)