La islamofobia de género como violencia machista

Es necesario visibilizar los mecanismos que posibilitan que exista un feminismo racista, unas luchas contra la LGTBIfobia islamófobas, o que algunas mujeres excluyan a otras mujeres, y se sientan con el derecho y la legitimidad de pedirles explicaciones sobre sus cuerpos y sus identidades.  

 

El pasado 8 de marzo de 2015, la manifestación de Barcelona por el Día Internacional de la Mujer incluía el bloque Sóc dona, sóc lliure, vesteixo com vull”. El bloque reunió a muchas mujeres y muchas compañeras se unieron durante tramos, pero también recibió insultos de otras manifestantes y de gente que, simplemente, pasaba por la calle. Los insultos no iban dirigidos a bolleras, punkis y demás elementos disonantes sino que, por una vez, había una rareza mayor que nosotras y claramente más incomodante: las compañeras musulmanas veladas. A pesar de estar allí, en la manifestación feminista por excelencia, reivindicando su derecho a la identidad y al propio cuerpo y lanzando consignas certificadamentefeministas, su derecho a participar, a estar, se ponía en cuestión. El punto álgido llegó al final del recorrido, cuando en plaza Sant Jaume algunas participantes se atrevieron, directamente, a pedirles (exigirles) explicaciones a las compañeras veladas por su vestimenta. En la manifestación feminista del 8 de marzo.

 

Por otro lado, entre el 2 y el 6 de marzo de 2016 tuvieron lugar en el CCCB de Barcelona unas jornadas sobre pensamiento decolonial en el marco del OVNI (Observatorio de Video Independiente) con la participación de nombres y colectivos tan importantes como el Espacio del Inmigrante, el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes, Daniela Ortiz, Boaventura de Sousa Santos, Houria Bouteldja o Abu Ali, entre muchos otros. Varias personas compartimos la sensación de que entre el público faltabas presencia feminista blanca y de colectivos LGTBI blancos, en un encuentro imprescindible para aprender y revisar nuestra mirada, acciones, proyectos y posición en el mundo.

 

Es evidente que todas estamos empantanadas en las urgencias, en un tiempo capitalista y neoliberal que utiliza precisamente la urgencia y, como dice Marina Garcés, la emergencia, para aislarnos y dividirnos. Pero precisamente ese estado de emergencia infinito contrae el tiempo e imposibilita la construcción de espacios de reflexión transversal que contribuyan a generar alianzas permeables, estratégicas y múltiples, no monógamas, que en ocasiones podrían consistir, simplemente, en minimizar las violencias que ejercemos las unas sobre las otras sin apenas darnos cuenta o sin apenas darle importancia.

 

Como resultado catastrófico de ese estado de emergencia, de la agenda perpetua de la acción-reacción, los movimientos liberadores se centran en un eje concreto mientras ejercen violencias infinitas en los demás ejes de la diversidad. Las imprescindibles Alice Walker o Chandra Talpade Mohanty, entre muchas otras, han trabajado ampliamente la cuestión y, aún así, en tiempos de islamofobia sin cortapisas, donde incluso el orgullo islamófobo” está tomando un protagonismo inusitado en los movimientos sociales, es necesario insistir en visibilizar los mecanismos que posibilitan que exista un feminismo racista, unas luchas contra la LGTBIfobia islamófobas, o que algunas mujeres excluyan a otras mujeres, y se sientan con el derecho y la legitimidad de pedirles explicaciones sobre sus cuerpos y sus identidades.

 

Los elementos de reflexión que propongo son los siguientes:

 

– La islamofobia es una forma de racismo. Así lo explican ampliamente, entre otros, Ramón Grosfoguel, que desarrolla la idea de que las coartadas del racismo varían según el contexto y la época, o Michel Wieviorka en su análisis de un nuevo racismo que pasa de la superioridad racial a la superioridad cultural.

 

– La violencia de mujeres blancas hacia mujeres racializadas o culturalmente racializadasviene marcada por unas estructuras sociales racistas que la legitiman y la alimentan. Unas estructuras que subalternizan a unas en favor de la superioridad (también construida) de las otras.

 

– Las estructuras racistas operan en infinidad de planos (violencia física, económica, de clase etc) que, a su vez, utilizan estas violencias para mantener el sistema de desigualdades y relaciones jerárquicas.

 

– El racismo opera de manera específica cuando se cruza con el género, entendido en sentido amplio de identidad, orientación y expresión. La cuestión está lejos de ser novedosa: desde Lucas Platero en el Estado español, a Ángela Davis o bell hooks, pasando por Ochy Curiel, Patricia Hill Collins, Jasbir Puar o la maravillosa Gloria Anzaldúa por solo nombrar a algunas, han desarrollado ampliamente la cuestión de manera tan elocuente que solo esa misma conjura entre el racismo y el machismo puede explicar que el tema no estén incorporado, que todavía se dude de la necesidad de nombrar el género del racismo y la raza del género, o que incluso se puedan organizar estrategias de lucha contra la islamofobia vetando la cuestión del género así como estrategias de lucha contra la LGTBIfobia obviando los peligros de caer en el racismo, por poner algunos ejemplos cotidianos.

 

A partir de estas premisas, la violencia ejercida por mujeres desde la construcción de una superioridad racial o culturalmente racialhacia mujeres racializadas o culturalmente racializadasno es violencia horizontal, porque entre nosotras hay una desigualdad sistémica marcada por las estructuras racistas. Pero tampoco es únicamente violencia racista ya que cuando va dirigida contra mujeres adquiere las formas características del machismo: cuestionamiento del derecho al propio cuerpo, infantilización y cosificación, entre otras muchas. Así lo explica, por ejemplo, Chandra Talpade Mohanty:

 

¿Qué sucede cuando esta suposición de mujeres como grupo oprimido” se sitúa en el contexto de los textos del feminismo occidental sobre las mujeres del tercer mundo? Es aquí donde ubico la jugada colonialista. Al contrastar la representación de las mujeres del tercer mundo con lo que anteriormente llamé la auto-representación de los feminismos occidentales en el mismo contexto, podemos ver cómo los feminismos occidentales por sí solos se convierten en los verdaderos sujetosde esta contra-historia. Las mujeres del tercer mundo, en cambio, nunca se colocan más allá de la generalidad debilitante de su estatus de objeto.

 

s concretamente aún sobre la islamofobia de género desarrolla esta misma idea Itzea Goikolea Amiano:

 

La islamofobia de género es un término que hace referencia a las actitudes xenófobas e islamófobas que también se mezclan con discursos sexistas y misóginos y que oprimen, discriminan y se ceban doblemente con las musulmanas que con los musulmanes. Un claro ejemplo es la idea, muy extendida en nuestra sociedad, de que la única razón de estas mujeres para convertirse al islam es el hecho de tener pareja (siempre asumiendo una heterosexualidad) musulmana.Normalmenteno se entiende que busquen y encuentren otras razones; y el problema es que con estas actitudes se perfila una actitud totalmente paternalista y patriarcal, que deja a estas mujeres sin agencia, sin capacidad de decisión y acción”.

 

La violencia ejercida hacia mujeres racializadas o culturalmente racializadas es violencia estructural pues viene reforzada y legitimada tanto por el sistema racista como por el sistema patriarcal. Es violencia racista con marca de género, pero también es violencia machista con marca racista. Incluso cuando la ejercemos mujeres blancas, pues lo hacemos legitimadas y alentadas por los mecanismos de las desigualdades racistas.

 

 

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Publicado por Brigitte Vasallo en Pikara el 8 de marzo de 2016