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Dando lecciones

 

Me llamo Mariam y tengo 18 años. Aunque siempre me lo preguntan, soy española. Sí, he dicho española. Nací en Elche, de padre español y madre marroquí, y estoy orgullosa de mis raíces, tanto paternas como maternas. 

 

Estoy acabando el instituto. Estudio en un centro público de mi ciudad, hago Bachillerato científico. Quiero estudiar Medicina.

 

Entre mis aficiones se encuentran la lectura y la música, pero sin duda lo que más me gusta es el fútbol. Mi padre me enseñó a jugar cuando era muy pequeña. Y no lo hizo mal, pues ahora soy delantera en uno de los mejores equipos juveniles de la ciudad.

 

No me resultó nada fácil llegar hasta ahí.

 

Recuerdo cuando empecé el instituto, hace ya seis años. Ninguna de mis amigas y compañeras de clase jugaba al fútbol. Yo veía a los chicos en el recreo y me moría de ganas de jugar con ellos. Pero no me atrevía a pedírselo…

 

Un día me armé de valor y les pregunté si podía jugar. Sus risas e insultos todavía resuenan en mi mente.

 

–¡La mora quiere jugar al fútbol! –se reían.

 

No sé qué les molestaba más: el hecho de que fuera chica o de que fuera “mora”.

 

–No soy “mora”, soy musulmana –les respondía yo.

 

No me dejaron. Insistí otras muchas veces, sin suerte. En el patio de mi instituto solo los chicos podían darle al balón.

 

Nunca olvidaré aquel 8 de marzo. La profesora de Historia nos habló de grandes mujeres en clase: Olimpia de Gouges, Rosa Luxemburgo, Clara Campoamor... ¡Qué ejemplares todas ellas y qué poco espacio se les dedicaba en los libros! Si es que se les dedicaba, claro...Me indigné tanto por el tema que se me fue el santo al cielo. De pronto, noté que mis compañeros y compañeras dirigían sus miradas hacia mí.

 

–Mariam, la profe estaba diciendo que tu pañuelo es signo de opresión... – me dijo mi amiga Paula.

 

–¿Cómo? –pregunté.

 

–Con todos los años de lucha que llevan las mujeres como las que he nombrado para que luego vosotras os pongáis eso en la cabeza y tiréis todo su esfuerzo por tierra –dijo la profesora.

 

“¿Vosotras?” ¿A quién se refería la profesora con ese “vosotras”? ¿Acaso no me consideraba una de ellas? ¡Soy tan española como mis compañeras Andrea y Ángela!

 

–No entiendo qué quieres decir –le dije.

 

–Lo que quiere decir la profesora es que si venís aquí, tenéis que integraros – afirmó un compañero.

 

¿Tenía que integrarme en mi propio país? La cabeza iba a estallarme...

 

–En vuestros países son unos machistas, no hay igualdad. Aquí somos libres, por eso venís –espetó Sergio.

 

Este último se atrevía a criticar el machismo y a hablar de libertad cuando él se dedicaba a controlarle el móvil a su novia y a prohibirle salir con amigas...

 

–Si tanta igualdad hay en España, ¿por qué no puedo jugar al fútbol en el patio? –les solté enfadada.

 

–¡Menuda tontería, Mariam! ¿Cómo no vas a poder jugar al fútbol en el instituto? –dijo la profesora.

 

Ningún chico dijo nada. La rabia me invadía.

 

–A lo mejor lo que pasa es que con ese pañuelo no te dejan jugar. Hay unas reglas que hay que cumplir –continuó la profesora.

 

–Exacto. Si quiere jugar, primero que se quite el pañuelo –sentenció otro compañero.

 

–O sea, que se me discrimina por mi vestimenta en este país de igualdad y libertad, ¿no?

 

La profesora se molestó por mi comentario irónico y me pidió que saliera del aula. Salí dando un portazo.

 

Ese día me pasé la tarde llorando. No quise contarles nada a mis padres porque no quería preocuparles ni quería que fueran al instituto a hablar con la profesora. Me tragué mis lágrimas.

 

Pensé en lo mucho que tuvieron que sufrir las mujeres que habíamos estudiado ese día en clase solo por el hecho de ser mujeres. Pensé que ser mujer es difícil, pero ser mujer y musulmana es mucho más difícil todavía.

 

Pasó el tiempo. Me olvidé del fútbol. Dejé de contestar a los comentarios que profesora y compañeros me hacían sobre mi pañuelo, sobre mi ascendencia o sobre mis creencias.

 

Agaché la cabeza y asumí sus comentarios machistas, racistas e islamófobos.

 

Me sumergí en la lectura. Ese fue mi refugio, mi jaima. Leí a grandes autoras feministas, no solo occidentales. Leí a feministas islámicas, negras, gitanas... ¡Qué identificada me sentía con todas ellas! “Patriarcado”, “interseccionalidad”, “islamofobia de género”, “sororidad” ... Mi conciencia feminista no dejó de acompañarme desde entonces. Mi profesora de Historia ni se imaginaba cuán agradecida le estaba.

 

Me había convertido en una auténtica femimora, como solía llamarme mi madre. El “azote del machote”, me llamaba mi amiga Lucía.

 

Los comentarios machistas e islamófobos sobre mi persona habían disminuido bastante, pero todavía escuchaba las palabras “mora”, “terrorista” o “feminazi” de boca de algún chico. Lucía y yo lo pasábamos bien cerrando bocas.

 

Llegó la Jornada cultural del instituto con muchos talleres y actividades, entre ellos el torneo de fútbol en el patio.

 

De repente, todo el alumnado se amontona en la pista de fútbol para la gran final del torneo. El delantero de uno de los dos equipos se retuerce de dolor en el suelo debido a un esguince y se lo llevan.

 

–Joder, nos falta uno –se queja uno del equipo.

 

–¿Y ahora qué hacemos? –suelta otro.

 

–¡Que juegue Mariam! –escucho gritar a mi compañera Ana.

 

–¡Sí! ¡Queremos que juegue Mariam! –grita Fátima.

 

–¡Basta ya de sexismo en el fútbol! ¡Queremos que juegue Mariam! –Lucía no podía ser menos.

 

Me abruma la sororidad de mis compañeras. No me lo pienso. Salgo a la pista. Con mi hiyab. El profesor de EF, que es el árbitro, pita para que se reanude el partido. Conmigo.

 

Los chicos se muestran tímidos al principio, pero enseguida me consideran una igual. Regateo, la paso, la robo, chuto. Marco gol.

 

Y se lo dedico a mi profesora de Historia, que me mira atónita.

 

 

 

Publicado por Helena Gutiérrez Espí en Alkalima- Relato ganador del II Certamen Literario para la Igualdad

(Casa de la Dona, Elche).