Las calles árabes de Madrid

 

Madrid debe mucho a sus fundadores musulmanes pero su callejero no refleja el legado islámico de la ciudad, dado que apenas existen calles y plazas que recuerden el pasado árabe de la villa ni que hagan referencia a los primeros madrileños.  De las más de 9.000 calles, tan solo cuatro aluden a la comunidad musulmana en época del Madrid cristiano frente a las dos únicas que traen a la memoria los tiempos del Mayrit árabe.

 

 

Una de ellas es el Parque Emir Mohamed I, que rinde homenaje a Muhammad I de Córdoba (852-886), emir de la dinastía omeya de Al Andalus y fundador de Mayrit a mitad del siglo IX, cuando erige una pequeña ciudad fortificada de un alto valor estratégico para la defensa de Toledo.

 

Las calles que recuerdan a la comunidad mudéjar

 

Dicho parque fue creado por el Ayuntamiento como recuerdo a la diversidad cultural de Madrid y le dio este nombre por situarse junto a las murallas del emir, la construcción en pie más antigua de la ciudad, del siglo IX. Un monumento milenario. La segunda excepción es la Plaza de Maslama, en el distrito de Chamartín, una pequeña calle escondida que alude al primer ciudadano ilustre de la ciudad: el astrónomo y matemático Maslama al Mayriti.

 

 

El resto de calles hace mención a la época en la que los musulmanes se trasladaron al barrio de La Morería, actual zona de La Latina, tras la conquista cristiana en 1085. Aquí se encuentra la Plaza Puerta de Moros, que se comunicaba con el reino taifa de Toledo. Se trataba de una de las cuatro puertas del segundo recinto amurallado que incorporó el arrabal mudéjar a la ciudad.  Contaba con  foso y puente levadizo y su paso estaba prohibido a los cristianos. Junto a ella se emplazaba la maqbara, el cementerio islámico de la ciudad.

 

 

Esta puerta servía de acceso al barrio mudéjar cuyo centro era la actual Plaza de la Morería, vecina de la Calle de la Morería. Así se recuerda el nombre original del barrio, donde residían los popularmente conocidos como moros.

 

A unos metros está la Plaza del Alamillo, cuyo nombre se debate entre dos teorías conectadas entre sí. La primera sostiene que su denominación  proviene del árabe alamil o alamud,  que daba nombre al Tribunal Árabe de Justicia. La segunda se refiere al ayuntamiento de la comunidad mudéjar que contaba con representantes propios llamados alamines, por lo que el nombre derivaría de la residencia del alguacil mudéjar madrileño.

 

Calles de monumentos, filósofos y ciudades árabes

 

Mención aparte merecen los jardines de Campo del Moro, llamados así por ser el lugar donde las tropas almorávides acamparon en su asedio a Madrid cuando, aprovechando la muerte de Alfonso VI, trataron de reconquistar la ciudad. Y casi lo logran sino es por una epidemia de peste que les hizo retroceder.

 

En otros lugares de la capital se pueden encontrar plazas y calles cuyos nombres están vinculados al mundo árabe y particularmente a la cultura andalusí, como sucede en el barrio de San Fermín.

 

 

La calle de la Mezquita, la Plaza Los Ojos de la Mezquita o la Plaza Minarete son ejemplos que evidencian rasgos característicos del Islam pero también la Plaza Torre del Oro, la Calle Generalife y Calle Giralda, que homenajean los grandes monumentos de Al Andalus, encabezados por la Calle de la Alhambra, en el barrio de Lucero.

 

 

Pensadores andalusíes como el filósofo y médico cordobés Averroes (1126-1198), ciudades marroquíes fuertemente vinculadas con nuestro país como Tetuán (cerca de la Gran Vía) y Tánger (en Vallecas) aparecen también en el callejero que recuerda la batalla hispano-marroquí de Wad Ras (1860) con una calle en el barrio de Bravo Murillo.

 

 

Pese a que estas calles rememoran monumentos, personajes y ciudades musulmanas, ninguna guarda relación con la historia de la capital madrileña. Cualquier persona puede proponer el nombre de una calle o plaza y por ello resulta incomprensible que los madrileños no impulsen ni propongan nombres que recuerden el origen musulmán de la villa, la única capital europea fundada por los árabes.

 

 

Por Rafael Martínez para madridarabe.es