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¿Es el etnocentrismo malo para las mujeres?

 

En un contexto convulso; en plena ebullición y transformación de los movimientos feministas, nos encontramos con interminables debates, fracturas internas y agendas encontradas, en el que el feminismo hegemónico lucha por mantener su hegemonía, utilizando parte del argumentario y de las estrategias patriarcales, desacreditando a los feminismos disidentes y presentándose como única voz autorizada.

 

 

Se trata de un feminismo dogmático, en un contexto de lucha de autoridad. Celia Amorós se erige en una de las voces autorizadas por la academia feminista para la que “el multiculturalismo radical que postulan “los feminismos de mujeres de color” estadounidenses y que tiene una influencia significativa en espacios intelectuales y políticos latinoamericanos (…) parte de una oposición entre feminismos blancos burgueses y feminismos de color. Y esta división del feminismo no deja de ofrecer problemas, porque sugiere la existencia de un feminismo que es legítimo y otro que no lo es”[1].

 

Es realmente cínico que sea la propia élite, esto es, aquella que mantiene un control férreo sobre la producción feminista, que tiene el monopolio de la prensa mainstream y de la academia, y que invisibiliza a los feminismos disidentes y decoloniales, la que acuse a estos últimos de establecer una distinción sobre lo que es legítimo y lo que no, dentro del feminismo.

 

Sorprende que gasten más energías en desacreditar a otras feministas, en decirles cómo deben vestirse, en recriminarles que no sigan su agenda interesada; en lugar de solidarizarse con sus luchas y con las discriminaciones múltiples que sufren.

 

El eslogan “¡solidaridad con las mujeres del tercer mundo!” no puede esconder una actitud paternalista, ni caritativa sino que se deben establecer unas relaciones solidarias y colaborativas horizontales, en las que haya reciprocidad, igualdad de trato, respeto y dignidad para todas.

 

Este feminismo hegemónico presenta falsos dilemas al enfrentar el feminismo y el multiculturalismo cultural; la lucha antisexista y la lucha antirracista. ¿Qué pasaría si las feministas no blancas exigieran a las blancas que renegaran de su cultura por ser machista? ¿Qué cultura deberían adoptar entonces las blancas? ¿Por qué las no blancas tendrían derecho a decirles a las blancas que imitaran su cultura? ¿Con qué autoridad podrían hacerlo? Entiéndase “blancas” y “no blancas”, no como un concepto racial sino un constructo social.

 

En 1999 Susan Moller Okin publicó el texto “¿Es el multiculturalismo malo para las mujeres?”, en el que ponía sobre la mesa este supuesto dilema. Azizah al Hibri, filósofa y profesora musulmana le replicó con otro texto “¿Es el feminismo occidental patriarcal bueno para las mujeres del tercer mundo?”[2]

 

La primera fuente de controversia reside en que Okin se basa en una visión del otro sobre la base de estereotipos y generalizaciones. Como afirma Al Hibri “su comprensión de otras culturas/religiones se deriva de fuentes secundarias de fuera de esas culturas/religiones. La segunda fuente de controversia reside en que la posición de Okin convierte en antagonistas a la justicia de género y a la justicia etnocultural”.[3]

 

Por otro lado, no se trata solamente de un tipo de feminismo instrumentalizado por parte de todo el espectro político, y en especial, de los movimientos de extrema derecha (parecería que esta instrumentalización es totalmente ajena a su voluntad y por lo tanto, sería víctima inocente de la voluntad del patriarcado imperante en la esfera política), sino que además el feminismo hegemónico trabaja de manera consciente y activa para uniformar las prioridades de la lucha feminista, pero únicamente a su imagen y semejanza.

 

Las luchas contra el racismo, la xenofobia, la islamofobia, la lgtofobia, el derecho de asilo y la lucha contra la pobreza, son luchas feministas porque las mujeres están atravesadas por todas esas discriminaciones e injusticias. Hay mujeres que son a la vez pobres, extranjeras, lesbianas, negras, refugiadas y musulmanas. No podemos atender únicamente a la discriminación por razón de género, sin tener en cuenta, a la vez, las discriminaciones por razón de clase, origen, sexo, raza y religión. Estas no deben ser tratadas como “simples daños colaterales”, dentro de un proyecto feminista superior. Es necesario tener en cuenta la interseccionalidad de las opresiones, ver cuáles son las conexiones que se llevan a cabo, por parte de quién, quién se beneficia de ello y cómo se dan en diferentes contextos, tanto históricos, geográficos como experienciales.

 

Sorprende también que defiendan una postura esencialista y no laica de las religiones en general, y del islam y las personas musulmanas, en particular. A menudo leemos afirmaciones de ciertas feministas: “el islam no es compatible con el feminismo”, “el islam no es compatible con la democracia y los derechos humanos”.

 

Estos planteamientos llevan una carga negativa implícita porque se presenta de entrada como una contradicción en la que el elemento negativo, el elemento que debe adaptarse es el islam; y el elemento positivo, el elemento a imitar, es el feminismo, la democracia y los derechos humanos.

 

Los dos conceptos se plantean desde una mirada esencialista, como si solo pudiéramos entender el islam y el feminismo o el islam y los derechos humanos, de una única manera, lo que nos llevaría efectivamente a una paradoja total.

 

Por lo tanto, es necesario cambiar la manera en la que formulamos las preguntas. Deberíamos preguntarnos por qué no hay democracia en muchos países de mayoría (¡y de minoría!) musulmana o por qué no se respetan los derechos humanos o aún, por qué se perpetúan las discriminaciones hacia las mujeres. Desde ahí podemos responder de manera empírica, en lugar de presentar una caricatura del islam y de validar las posturas reaccionarias y patriarcales que existen dentro del islam.

 

 

[1] Amorós, C.; Cobo, R.; Miyares, A.; Sánchez, A.; Posada, L. Interculturalidad, feminismo y educación. Madrid, Catarata, 2006. p. 27

[2] Cohen, J.; Howard, M. y Nussbaum, M. (eds.), Is multiculturalism bad for women?, Princetown University Press, 1999, págs. 41-47.

 

[3] Pérez, O. “Indígenas y derechos colectivos. ¿Es el multiculturalismo malo para las mujeres?” in Derechos y libertades: Revista del Instituto Bartolomé de las Casas,  Año nº 9, Nº 13, 2004, págs. 399-430

 

 

Publicado por Natalia Andújar el 11 de junio de 2016 en Pikara Magazine.